Si visitáis Portugal nunca os dejéis el interior, realmente podemos encontrar localidades que merece mucho la pena visitar. En distrito de Porto encontramos esta ciudad partida por el río Támega. Aquí empieza nuestro recorrido por Amarante con niños, ¿Te vienes?
El centro neurálgico es su característico puente, del siglo XVIII y que tuvo su relevancia en el contexto de la guerra contra las tropas napoleónicas. Está vinculado a la figura de S. Gonçalo, que se retiró a vivir en este lugar.
El puente sobre el río está construido en bloques de piedra y cuenta con unas plataformas con bancos para sentarse a ambos lados. No está mal como refugio para cuando algún vehículo cruza este paso, pero también para observar el río.
En las inmediaciones hay un aparcamiento regulado con parkimetro donde puedes dejar el coche. El conjunto monumental incluye la Iglesia y Convento de S. Gonçalo, patrón de Amarante, y cuya cámara puedes visitar, con su sepultura, tallas, y así como leer alguno de sus milagros en los exvotos en forma de cuadro que lo recuerdan.
Este edificio es monumento nacional y el acceso a la iglesia puede hacerse libremente. En el convento anexo está el Museo Municipal de Arte Portugués, con obras de autores modernos y contemporáneos.
En las inmediaciones está el mercado municipal y podéis bajar hasta el río. Encontraréis cerca un merendero y una playa fluvial. Si os apetece caminar un poco más, cruzando el puente, se llega hasta un paseo fluvial y el parque, donde también está la piscina municipal.
A unos 6 kilómetros en coche hay un Parque Acuático con toboganes, varias piscinas, y zonas para pasar el día. Abre de junio a septiembre y podéis consultar más info en la página del parque.
Si algo enamora de Amarante, además de su apacible río, es el sabor tradicional de sus calles empedradas y negocios con aire de antaño. El café Bar San Gonçalo, enfrente de la iglesia, abrió en 1930 y conserva una estética de café de la época.
Si continuáis vuestro ascenso por la Rúa 5 de Outubro, encontraréis zapaterías, tiendas de ropa, y una pastelería que nos encantó, Doçería Mario, con deliciosas especialidades y la posibilidad de tomarlas con un café en la parte trasera, con ventanal al río, o en la terraza.
En la orilla de enfrente encontraréis de nuevo calles adoquinadas, casas con fachada de azulejos, y restaurantes tradicionales con terraza o vistas al Támega.
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