Hay ciudades más propicias para los rincones que otras. La cuestión es encontrarlos y, a veces, con las guías oficiales de viajes los turistas somos un poco como autómatas, que nos agolpamos en ciertas zonas de la ciudad, y nos perdemos otras que se salen del canon pero nos pueden sorprender. Hoy recorremos Viena para mostrarte algunos rincones que quizá no son los más habituales en las guías turísticas.
En Viena nos pasó un poco esto. Fue hace ya algunos años y fuimos a pasar unos días sin pretensiones, a vivir y sentir la ciudad. Nuestra primera vez en una de las ciudades más bellas de Europa comenzó con un café en la terraza del Coffee Day, muy cerca de Votivkirche, un templo católico del siglo XIX de gran belleza arquitectónica.
Callejeando hasta la preciosa iglesia barroca Maria Treu Kirche, en Jodok-Fink Platz, quizá no la más visitada pero tranquila y sorprendente, transcurrieron las siguientes horas. Sentarte a contemplar los pasajes bíblicos de su bóveda policromada sin el bullicio de una visita guiada es un auténtico privilegio.
El alojamiento lo elegimos en la zona de Rudolfsplatz, a poca distancia del centro y en una zona muy agradable junto al canal y llena de terrazas y restaurantes donde comer o tomar algo.
Hacia el mediodía buscamos un poco el referente turístico en la bulliciosa zona de la catedral de San Esteban (Stephansdom) con su preciosa cubierta con tejas de diferentes colores formando grecas brillando bajo el sol.
Todas las calles adyacentes a este punto son peatonales y las más comerciales de la ciudad. Restaurantes, pequeñas tiendas de recuerdos y las principales cadenas de moda para no perderse uno de los puntos más fotografiados de la ciudad.
Alrededor de este altísimo templo, de finales del románico y adaptando posteriormente el estilo gótico, encontramos una tienda de figuras religiosas, para el belén navideño sobre todo, que funciona todo el año y tiene auténticas maravillas.
La tarde es para el barrio judío, sin excepción. Pasearlo despacio, buscando las placas en las casas con referencias históricas y contemplando el silencio que puede llegar a reinar en una plaza llena de austríacos cenando a la luz de las velas.
La cena la buscamos en lo más tradicional de la cocina vienesa, el Griechenbeisl es, según puedes leer en las guías y allí mismo, el restaurante más antiguo de la ciudad, pues data de 1447. La decoración es sorprendente y la cocina de lo más apetitosa, aunque la calidad se paga pero tampoco nos pareció excesivamente caro.
Los puestos callejeros de plantas, coronas vegetales o licores en Naschmarkt, el mercado más popular de Viena, en la calle Wienzeile, también merecen una visita. Allí, ya por la mañana, puedes comprar productos de temporada, pasear curioseando y comer o pasar el día. Es una zona muy animada y un buen escaparate de cómo se vive en esta ciudad, sus precios y tendencias.
Y por último la zona de St. Ulrich y Neubau, con cierto ambiente universitario, y las bonitas casas con patios y pasadizos. Cada rincón es una foto en esta apacible zona con bares en tranquilas calles semipeatonales y algunos edificios emblemáticos. Nos interesó mucho el Centro Cultural Amerlinghaus, un centro social de referencia con una activa programación y un agradable café en el patio interior con un buen menú del día.
