A veces una antigua historia familiar puede inspirar un gran viaje. De ahí surge la historia de hoy, mucha emoción y mucho que contar sobre el antiguo País Cátaro, un rincón de Occitania, al sudeste de Francia.
Seguro que todos tenéis ganas de conocer vuestras raíces, y mostrarlas a vuestros hijos. Recientemente hemos podido cumplir ese sueño, pues nos fuimos a conocer el lugar de nacimiento de la bisabuela y las tierras que trabajaron y vivieron los tatarabuelos.
La región natural del Minervois sorprende por su colorido y riqueza natural. Grandes campos de girasoles, plantaciones de olivo y, sobre todo, la vid y su producción de vinos que huelen y saben a la tierra. Pueblos tranquilos donde se palpa la naturaleza. Casas de estilo provenzal, de piedra y contraventanas de madera en tonos suaves.
Esta zona de Francia es para quedarse a vivir allí. En este post nos centraremos en tres poblaciones pequeñas que nos gustaron. También visitamos Narbonne, Carcassonne y otras poblaciones de la zona, pero esto merece capítulo aparte.
Un pueblo de apenas un centenar de habitantes asentado en lo alto de un gran cañón. Esta localidad medieval amurallada hunde sus raíces documentadas en el siglo I antes de Cristo, como asentamiento militar romano.
Su historia es apasionante. Cruzados, luchas, encrucijadas religiosas y rincones con mucha historia. Nos encantó visitarla pues no es tan turística como Carcassonne y sus tarifas de acceso, aparcamiento y hostelería son más razonables.
En una hora recorres el casco urbano perfectamente. El firme es empedrado, algo irregular y con pendientes. Puedes ver la iglesia románica de Saint-Étienne, las puertas de acceso a la ciudad, los restos del castillo del Vizconde, el puente sobre el Cesse, el Pozo Saint-Rustique y la catapulta Malvoisine, etc. Hay varios restaurantes y tiendas de vino y objetos típicos. Nosotros comimos en La Table des Troubadours, que tiene una terraza preciosa sobre el cañón, por unos 13 euros por persona.
Una pequeña población de cerca de mil habitantes ubicada en la región del Languedoc-Rosellón. Nos encantó recorrer esta zona porque muchos puntos del pueblo están reseñados con placas informativas sobre la historia del lugar. Una zona muy agrícola donde puedes comprar productos del campo en la misma plantación.
Le Pont d’Aussou, la antigua carnicería Gleizes, o la Casa Fabré, ocupada militarmente en el 42 y rehabilitada como biblioteca y club de mayores, pero también el Café Central, lugar de reunión y antiguas discusiones políticas.
Para conocer esta parte de la región nos alojamos en la posada Aubergue Gekko, con cocina básica y una pequeña piscina exterior. También nos gusto mucho la Epicerie Chez Pascale, donde aparte de tener supermercado y pastelería te preparan unas pizzas deliciosas para llevar.
Era el centro de nuestro viaje pues en esta ciudad están parte de nuestras raíces familiares. No es un sitio muy turístico, no es fácil encontrar información así que fuimos explorando sobre el terreno. Pero sí pudimos observar que, al menos en vacaciones, cuenta con una importante colonia de turismo de habla inglesa. Encontrarás muchas casas en alquiler para las vacaciones, y además cuenta con un aliciente que es la piscina fluvial y una pequeña ruta junto al río.
Nos encantó caminar por la Rue de la Cave Cooperative hasta la antigua estación de tren que hoy es una escuela infantil. Ya no hay vías ni ferrocarril pero a principios de siglo mis bisabuelos acudieron durante años a trabajar los viñedos de esta zona y de ahí que mi abuela naciera en esta ciudad. Nos hizo especial ilusión visitar la Iglesia de Saint-Michel, con campanario medieval, y el peculiar pasadizo Tour Attila, resquicio medieval en el corazón de la villa.
Booking.com
Narbonne y la playa en la costa mediterránea
La ciudadela medieval de Carcassonne con niños