El Mediterráneo que puedes palpar en la costa francesa tiene un toque especial, con pueblos turísticos de gran trayectoria, espacios naturales de gran belleza, y siglos de historia vinculada a la que fue una de las ciudades más importantes de la Galia. Además es zona con vinos de denominación de origen, regada por canales como el de la Robine, que une el Atlántico con el Mediterráneo y que es Patrimonio Mundial de la Unesco. Hoy nos vamos por esta franja del Mediterráneo, desde la ciudad de Narbonne con niños hasta Gruissan y su playa, pasando por Bages y su parque infantil marinero.
Vinos con denominación de origen de Languedoc-Rosellón, antiguas salinas y pueblos milenarios. Y es que la costa oriental de Francia es pura tradición, os lo contamos ya en nuestro post sobre El País Cátaro con niños, donde recorrimos Carcassone, Minerve, Arzens, Bize-Minervois y Ornaisons. Pero esta zona de Francia de la región de Occitania fue un enclave estratégico al estar situado en la Vía Domitia, la primera calzada de la Galia, y fue una de las ciudades más relevantes del Imperio Romano de Occidente.
Más o menos como una antigua serie de televisión de los años 80 que se llamaba Los Diminutos, así nos sentimos al aparcar en el entorno de la Catedral de San Justo y San Pastor de Narbona (Saint Just et Saint Pasteur). No solo por la grandiosidad de la estructura inacabada del conjunto, sino por el gracioso banco de proporciones descomunales que hay en el mismo.
Este enclave es el corazón de la ciudad y junto a ella, gótica, del siglo XIII y a medio construir para evitar demoler las murallas de la ciudad podemos ver el Jardín del Arzobispado. Para este espacio verde se aprovecharon los antiguos fosos que rodeaban la antigua fortificación. Y es que bajo esta ciudad hoy de estética decimonónica en su casco histórico están las cicatrices de la Galia Romana.
Si rodeas estos jardines bajando por la Rue Jean Jaurès, donde está la Oficina de Turismo llegamos a la Plaza del Ayuntamiento. Aquí podrás ver las losas de la calzada romana, Vía Domitia, recientemente descubiertas y accesibles gracias a un espacio abierto en plena plaza. Venía desde los Alpes, discurría pararela al Mediterráneo desde Montpellier y al entrar en España se convertía en la Vía Augusta. Construida en torno al 120 a. C. es el corazón de una plaza en la que podemos ver el imponente Hotel de Ville, en el Palacio Arzobispal, con sus torres medievales, y el escondido Pasaje del Ancla.
Toda esta plaza está llena de terrazas de restaurantes y locales de hostelería, pero también farmacia, óptica, supermercados, tiendas de moda, etc. Desde aquí puedes callejear por las antiguas calles llenas de edificios históricos, comprar o buscar un restaurante menos concurrido, como hicimos nosotros, para cenar en plena calle al caer el sol. Las delicias gastronómicas de esta región incluyen ostras, mejillones, anguilas, pescados del Mediterráneo y otros productos como miel o quesos.
Muy cerca está el canal de la Robine, principal arteria de Narbona, con sus puertos y estampas de una importante obra de ingeniería del siglo XVIII en este tramo, y que está considerado Patrimonio Mundial de la UNESCO. Es navegable hoy más por embarcaciones de recreo o turísticas, pero fue crucial para el comercio en siglos anteriores.
Pero una vez en este punto del País Cátaro en Aude, Occitania, y a escasos 18-20 km de la costa, cuesta resistirse a pasar una mañana o tarde en la plaza. No tuvimos suerte con el día porque estaba nublado y vimos un Mediterráneo más gris que azul, pero sí hacía calor para un chapuzón así que procedimos a catar las aguas del mar que surcaron los romanos.
Los humedales marinos de Gruissan son más auténticos y menos turísticos que Narbonne Plage, así que nos dirigimos un poco al sur por la D31. Un paisaje salvaje y tradicional, lleno de carreteras a pie de la laguna de Bages-Sigean y, a lo lejos, pueblos de relevancia histórica coronados por castillos o torres y con bonitos puertos que antaño fueron de relevancia industrial y hoy más bien son turísticos. Pasos a nivel, campos de viñedos con la denominación de origen de Languedoc-Rousellón y las salinas de la Isla de Saint Martin y su ecomuseo.
Pero lo que más nos cautivó de esta zona fueron las coloridas casas sobre pilotes, casi construidas sobre la misma playa, y un entorno turístico pero salvaje y desenfadado. La playa está precedida de una senda marítima con duchas y alguna zona de aparcamiento en el entorno. Nosotros dejamos el coche en la Place Alain Colas, junto a varios restaurantes y locales de hostelería y ocio, para asomarnos a su playa que es un paraíso del Wind Surf y otras prácticas deportivas náuticas.
Como nunca dejamos un post sin parque infantil, en esta zona nos detuvimos un buen rato en el parque infantil del pueblo de Bages, al pie de la laguna. Un entorno natural de excepción colonizado por flamencos y otras aves, que en su día fue un golfo pero en el siglo XV se transformó en un estanque, conectado por mar por el canal de Port-La-Nouvelle.
Este rincón de juegos está renovado recientemente y cuenta con columpios de estética náutica, con un puente de mandos para jugar a ser el capitán de un barco, redes para trepar y divertidos toboganes y casitas. Está en la Rue de la Rivière, y se puede aparcar en el entorno. Si luego tenéis un rato no dejéis de callejear por el casco histórico, o cenar a la luz de la luna en la terraza de algún restaurante en la Plaza Juin 1907 o cualquier otro rincón de su entramado de antiguas casas.