El domingo 8 de noviembre de 1925, a las 5 de la tarde, se inauguró un edificio que muy pronto cumplirá 100 años y que es el símbolo de una etapa muy especial para nuestra ciudad. Hablamos de la obra maestra de Tenreiro y Estellés, en su día levantado por el Banco Pastor, un icono turístico en el momento y que sigue más vivo que nunca, ahora en manos del Santander, que ha convertido su oficina de la planta baja en una suerte de café-banca con empleados vestidos a la manera casual y puestos portátiles de atención al público. Por fortuna, la última fusión ha conservado intacta la esencia de un testimonio vivo de lo que fue la “Belle Époque” coruñesa.

Si nos subimos a lo alto de este edificio, aunque sea por un momento, casi podemos visualizar la célebre fotografía de sus arquitectos en los meses de culminación de su obra. Sabían que en esa especie de competición de tantas ciudades por sustituir las antiguas casas bajas por modernos rascacielos, diferentes compañeros levantaban sus proyectos por encima de los 9, 10 o los 11 pisos. Tanto es así, que muchos consideran este el primer rascacielos gallego e incluso español, hasta que su marca fuera batida por el edificio de la Telefónica en Madrid, culminado en 1926.

A nuestros pies, el puerto, con las dársenas proyectadas tiempo atrás por Uribe y Vila y Algorri, bautizadas como Méndez Núñez, Linares Rivas o Santa Lucía. Lo cierto es que los cerca de 63.000 habitantes que sumaba la ciudad en el censo de 1920, o los 44.000 gallegos que embarcaron para América en este año a través de compañías como Mala Real Inglesa, sumados a las 500.000 toneladas de mercancías, hacían de esta infraestructura una de las claves del motor económico del momento.

No solo nuestro moderno y elegante fondeadero, en el que podían confluir 5 o 6 transatlánticos, sino la lucrativa pesca de altura que comenzaba a resultar un negocio que excedía los 20.000 millones de pesetas al año, fábricas como la Tabacalera, la de cerveza y hielo Estrella de Galicia, la fundición Wonenburger, la Vasco-Galaica de Cerillas, la de calzado de Ángel Senra y otras tantas industrias que permitieron prosperar a generaciones de coruñeses en el momento en que la modernidad irrumpía con fuerza en cada calle, plaza o esquina.

En este caldo de cultivo, con 29 consulados europeos y americanos en la ciudad, políticos y escritores coruñeses en las cortes nacionales, y medios de transporte cosmopolitas como el ferrocarril, que desde 1883 despachaba billetes a sofisticados grupos de viajeros en nuestra Estación del Norte, aquí hubo un auténtico furor por establecerse con oficinas propias por parte de los principales bancos nacionales, contexto en el que se hace un hueco el elegante edificio del Banco Pastor.

La manzana en que se integra, fue buena muestra de ello, y se puede decir que en los años 20 y 30 ya se habían ido instalando en sus inmediaciones el Banco de La Coruña, el Anglo-Sudamericano, el Español de Río de la Plata o la Caja de Ahorros de Monte Piedad. Tanto es así, que se llegó a diseñar también en el estudio de Tenreiro y Estellés un elegante pasaje cubierto para resguardar la calle Durán Loriga, ya entonces un buen núcleo de negocios que se conocía como el Wall Street Coruñés, y al que pretendía dotarse de una estética similar a la que podía verse en ciudades como Milán o Londres.

Hierro y Cristal, hormigón armado, madera, y mercados o puestos en la calle. Pero también toldos y farolillos, decoraciones exóticas y de carácter vegetal, eclecticismo o historicismo. Los “locos 20” coruñeses le valieron el calificativo de “ciudad sonrisa”, donde alcaldes como Manuel Casás comenzaron a ver en el turismo una oportunidad, y a comparar nuestra acogedora urbe con ciudades como Santander.

El verano se apagaba lento y comenzaba el otoño. Atrás quedaron los paseos veraniegos como costumbre social, las verbenas, los fuegos de artificio, los toros, el fútbol o incluso el dragón mecánico instalado en los recientes jardines del relleno, a pocos metros del edificio del Banco Pastor. Unas fiestas populares y gratuitas en las que no faltaron tampoco la batalla de flores, el waterpolo, la hípica o las regatas.

Un poco más solitario lucía estos días el monumento a Eduardo Pondal, tan vitoreado el 16 de agosto con motivo de su donación por el Circo de Artesanos a los jardines que sellaron el derribo del fuerte de Caramanchón, cuyo perímetro fue sepultado por el muy chic Boulevard de Juana de Vega. Aunque no hubo música, las palabras de algunos representantes de la comitiva, y la bandera gallega colocada para la ocasión, dejaron claro el carácter galleguista y republicano, el sentimiento liberal, de buena parte de la burguesía coruñesa de la época.

Es difícil despertar de la ensoñación, volver al 2023 que apaga su verano y se sume en el otoño en plena ola de calor y sequía, con temperaturas más mediterráneas que atlánticas. Tanto, que parece mejor opción la de tomar la elegante escalera en espiral que nos lleva, rodeando el ascensor de época del nostálgico edificio del Banco Pastor, hasta la segunda planta del inmueble, que sería residencia de los Barrié de la Maza y, más concretamente, hogar de la Condesa Carmela Arias y Díaz de Rábago, primera mujer española en presidir una entidad bancaria, hasta su fallecimiento en 2009.

Aquí también parece que se hubiera detenido el tiempo. Ya no vemos el puerto pero sí las palmeras del parque, y de vuelta a 1925 abrimos las ventanas para asomarnos y ver el trasiego del tranvía, con pasajeros venidos de Sada y de otros rincones, en una Coruña quizá mejor comunicada que hoy en día. Y es que el popular “Siboney”, como se conocía por la publicidad que portaba, ofrecía además la posibilidad de darse un paseo hasta la Perla de As Mariñas que contaba ya en esta época con la modernista terraza, y el billete que se anunciaba en la prensa por 5 pesetas daba derecho al menú y al trayecto, todo un lujo.

De puertas para adentro, los mosaicos de elegantes parqués, las molduras personalizadas de las ventanas de madera, las cornisas y balcones con vistas al centro neurálgico de una ciudad que se expandía hacia el ensanche, las chimeneas de mármol, los enyesados o la sala de cajas de caudales que aún vemos en el edificio del Banco Pastor son testigos mudos de tantísimos momentos relevantes de nuestra historia reciente.

A un lado, tras el Obelisco, el elegante y moderado Hotel Palace, junto a la Ferrocarrilana o el Continental. Al otro, el hotel Atlantic con sus cúpulas elegantes y frecuentado por liberales. En medio, tiendas de ultramarinos con olor a bacalao, legumbres a granel y grifos de aceite, bares de mesas de madera y serrín en el suelo, ferreterías, atracciones y música hasta las doce y media de la madrugada en el paseo de Méndez Núñez donde tan pronto se presentaba a gritos la última novedad doméstica, la cafetera a vapor, como se cantaba, bailaba o asistía a un espectáculo del cinematógrafo en el Kiosco Alfonso.

El viento mece lentamente las hojas de los árboles que engalanan los Cantones, una iniciativa del olvidado Narciso García de la Torre. Es entonces cuando caen las primeras gotas, el otoño e invierno coruñés era siempre de lluvia, así que cerramos la ventana y bajamos a refugiarnos en el bullicio contenido de los primeros días de esta elegante oficina financiera. Los arquitectos dejaron su firma entrando a la izquierda, y al fondo vemos el mostrador de mármol con rejería dorada para los cajeros, más abajo los depósitos de caudales donde se guardaban los secretos económicos de los coruñeses, sobre nosotros la vidriera de colores que da luz a una sucursal que aún cumple su función, cien años después, como si el crack del 29, la Guerra Civil, la dictadura, el lunes negro, la burbuja inmobiliaria o, más recientemente, el coronavirus, no hubiesen sacudido sus cimientos.

Hoy no tomamos champán con pastas, tampoco fumamos habanos, no podemos asistir a un concierto de Moiseiwitsch ni ver partir o llegar a los vapores correos que partían de Montevideo, Buenos Aires o Río de Janeiro, ni disfrutar una comedia de Arniches como La Chica del Gato por 2 o 3 pesetas. Pero podemos soñarlo mientras saboreamos un café en los bajos del mismo edificio del Banco Pastor que quizá pisaron nuestros abuelos o bisabuelos.

De pronto, mientras jarrea y sube el nivel del agua en los sótanos de muchos edificios asentados sobre el litoral de la ría de A Coruña, la ciudad del telégrafo, la luz eléctrica, los tranvías, las lavanderas y lecheras, los mercados en la calle, los portales elegantes, las galerías de cristal, las estatuas y monumentos conmemorativos, los coros y las artes, los burgueses que hicieron fortuna en Cuba o con el trasiego de mercancías de ultramar, se evapora y todo a nuestro alrededor se repliega o casi desaparece. Se va borrando del papel, y cobra vida en el color tenue del plasma, la letra Arial, los códigos binarios y el posmoderno cable de telecomunicaciones que es internet. Lo digital también puede ser nostálgico, histórico, artístico y rendir memoria a una ciudad que nunca perdió su esencia y vitalidad.

Por

Carmen Delia Díaz

, 7 de septiembre de 2023

Carmen Delia Díaz

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Carmen Delia Díaz

Filóloga, periodista y guía turística oficial de Galicia, especializada en comunicación empresarial, recursos turísticos y turismo familiar y cultural

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