La gigantesca mole arquitectónica del Monte Gaiás, en Santiago de Compostela, me produce sentimientos enfrentados. Por un lado los más de 300 millones de euros de dinero público enterrados en aquel monte, arquitectura de vanguardia en el medio de la nada, en una ciudad de 95.000 habitantes. Por otro, la maravilla arquitectónica que constituye, realmente impresiona verlo. Pero no me queda claro si lo que impacta es ver sus dimensiones, o el silencio que reina y lo vacío que está siempre, por no decir desierto.
No es fácil de encontrar, porque curiosamente y aunque lleva abierto desde 2011 y en obras desde 2001, es raro encontrar un cartel hasta que ya estás en la zona de Área Central, en Santiago. Tiene un amplio aparcamiento y a los niños también les gustó mucho. Cuando nos aproximábamos se les abría la boca de asombro. Una ciudad en la que puedes caminar por los tejados, correr por sus patios, rampas o espacios abiertos… increíble. Todo el recinto es muy accesible, ya puede. Hay bastantes desniveles porque todo es muy irregular pero siempre hay rampas por lo que el acceso con carritos o sillas es excelente.
En la segunda hay un montón de embarcaciones que constituyen una auténtica muestra de la navegación y artes de la pesca, además de una cestería bellísima. También se ha incluido, en un claro intento de integrar la etnografía gallega con la vida en la selva que no he logrado entender, debe ser solo para gente muy culta, una muestra de embarcaciones tradicionales de uso fluvial en Galicia. Es excelente, y a los niños también les encantó, pero sorprende verla mezclada con la del Orinoco.
Y por último, en el tercer piso, están utensilios de caza, arcos, flechas, alfarería y objetos para cocinar. Esta fue por votación popular la más interesante. Eso de cazar animales, es que tiene algo de especial. En principio parece algo cruel, pero una vez aclarado que en la selva no hay supermercados y hay que buscarse el alimento, ya se van viendo las cosas de otro modo.
En los tres pisos hay un audiovisual con unos taburetes para sentarse. Esto se agradece especialmente porque así los más pequeños pueden tomarse un descanso mientras los mayores se paran un poco más en cada objeto. Está muy bien explicado todo, ubicado, iluminado. Una muestra excelente y que merece la pena ver, se sale de lo habitual y ofrece otra visión bien diferente al mundo en el que nos movemos.
El resto de la Ciudad de la Cultura es anecdótico, pues está aún a medio terminar. Si lo ves en día de orballo como nosotros, con esa lluvia fina tan característica de Santiago, parece que tiene un encanto especial, eso sí, conviene llevar paraguas y ropa de abrigo, porque al estar en la cima de un monte es bastante ventilado.
Para comer hay una cantina que tiene un diseño precioso y cuando se abrió el Gaiás al público tenía una carta amplia a un precio razonable. Ahora es más bien un comedor, con un único menú de dos platos y postre, cosa que no me parece mal, y hace que sea sostenible tenerlo abierto, quiero pensar. Son amables, es cómodo y no es caro (9 euros por persona). Eso sí, no hay cuarto de baño, el diseño ganó a la funcionalidad y hay que ir al edificio de al lado si el peque tiene una urgencia. Cosas de la cultura.
Actualizamos este post, que es de una visita al recinto en 2013, para contaros que recientemente se han instalado parques infantiles y que la programación actual contempla a los más pequeños con actividades específicas para ellos. Si quieres saber más información actualizada sobre qué ver en el Gaiás con niños puedes leerla aquí.