Uno de los principales atractivos de Cantabria son sus yacimientos prehistóricos, pues los hay de gran belleza y magistralmente musealizados, como es el caso de El Soplao, de la que ya nos hemos ocupado anteriormente. Desde la A8 y tomando la salida de Santillana del Mar se accede fácilmente a la Neocueva de Altamira, pues como sabéis, la cueva original está cerrada para las visitas debido a su riesgo de deterioro. Desde que se estrenó la película de «Los Croods» es bastante sencillo explicarle a los peques qué es lo que van a ver si los llevas a una cueva como ésta.
El Centro de Interpretación de Altamira y, más concretamente, su famosa neocueva de entrada no cumple muchas expectativas, al menos las nuestras, pues nos esperábamos algo diferente. La entrada cuesta unos 3 euros o 1,50 la reducida. La visita arranca con un audiovisual para el que hay que hacer cola y acomodarse en una sala no muy confortable con los niños en el regazo. De ahí se pasa a la reproducción de la cueva, un gran trabajo aunque quizá los más peques no lo aprecien. Lo más llamativo para ellos es sin duda un holograma de la vida en las cavernas que parece que te traslada a la prehistoria.
El resto del Museo es bastante interesante, también para los niños porque es muy interactivo: puedes escuchar, ver y tocar. Y sin duda lo mejor para los niños es la ludoteca. Una pequeña sala frente a la tienda de regalos donde los más peques pueden seguir un programa de contenidos específico y descubrir por sí mismos el misterio que encierra el yacimiento de Altamira. Deben ir acompañados de un adulto y en este espacio trabajan con los colores, formas e ideas que están presentes en la neocueva a través de plastilina, pizarras, collages y dibujos, etc.
Santillana del mar es un auténtico museo en vivo. Sus adoquinadas calles, sus tiendas tradicionales, su cuidada restauración… todo allí tiene un encanto especial quizá matizado por la afluencia de turistas, aunque en invierno no son demasiados.
Sus cuatro calles se recorren enseguida, los adoquines dificultan un poco el paso de carritos y la accesibilidad, pero merece la pena el esfuerzo. Además de admirar las casas, casi todas góticas o barrocas, puedes visitar la colegiata de Santa Juliana, un antiguo monasterio del siglo IX.
Hay muchos restaurantes, todos ellos orientados al turismo, el menú del día es caro pero merece la pena, y se come bien. En navidad podéis hacer la ruta de belenes, pues muchas casas exponen el suyo en una ruta de la que os pueden informar en la oficina de turismo.
Más hacia la costa, a solo 16 kilómetros, está Comillas. El modernismo catalán y los ahorros de emigrantes retornados de América, hicieron de esta villa un conjunto arquitectónico que merece la pena recorrer. Al menos en invierno el ambiente es mucho menos turístico que en Santillana, por lo que parece un pueblo con más vida. La estrella sin duda es el Capricho de Gaudí, para los niños podría ser «el palacio de la bruja» porque realmente tiene una estética de cuento.
Abre todo el día, de manera ininterrumpida, aunque en invierno cierra antes, en torno a las 17:30 horas. La acogida a los niños es excelente ya que les dan una guía con una especie de gimkana para ir buscando cosas. Los menores de siete años no pagan, los mayores abonan 2,50 euros y para los adultos 5. La visita libre lleva de una a dos horas, según lo que te detengas. Puedes ver el interior: estudio, habitaciones, cenador, desvanes, hall, sala de baño, etc. Por fuera, en el jardín, te gustará la gruta y también rodear el edificio para ver bien su arquitectura.
En Comillas un paseo por el casco urbano nos permitirá descubrir edificios como el Palacio de Sobrellano, la Capilla Panteón, el cementerio, la cárcel o la Iglesia de San Cristóbal. En general, una visita turística a esta localidad cántabra puede resultar de lo más agradable. Está bien señalizada para los visitantes y aunque es difícil aparcar hay zonas señalizadas.